Hablemos de castigos

A pesar del montón de artículos que rondan por internet, libros, estudios y demás profesionales recomendando eliminar los castigos de la educación de los niños…

… aún se usan.

Constantemente.

Algunas veces, camuflados con otro nombre, porque es mejor utilizar, por ejemplo, las palabras “consecuencia”, o “advertencia”, que castigo.

No es agradable decir que castigamos a nuestros hijos. Por eso nuestra mente utiliza otra palabra más bonita (luego entraremos en las diferencias entre estos términos).

Pero se castiga. Se sigue haciendo mucho.

Aunque se tiende a evitarlo cada vez más, se aplican.

Y yo hoy quiero hablar de esto. De por qué se sigue aplicando, de qué es realmente un castigo y qué no lo es, de los tipos de castigos que hay, de las diferencias con otras cosas, como las consecuencias, y sobre todo, quiero hablar de las consecuencias que tiene para los niños educar con ello.

Quiero dejarlo todo bien claro.

Entonces… yo aviso:

Éste es un artículo largo, quiero poner toda la carne en el asador para hablar de esto, quiero dejarlo todo bien cristalino y no dejarme nada, quiero que se entienda bien y quiero evitar que esto sea una explicación superficial más, que para eso ya tienes mucho por internet.

Así que si vas a leerlo, decide ahora si quieres dedicarle un minuto extra de calidad o si prefieres buscar otro artículo más cortito sobre este tema por ahí, que hay muchos. 

No voy a entrar en los orígenes del castigo, el conductismo y demás, porque ya sería demasiado y no lo creo necesario para entender el concepto. Esa parte, si te interesa, puedes buscarla en otras fuentes.

Pero voy a profundizar y entrar en detalle sobre el castigo en sí, largo y tendido. Si no, en mi opinión, mi artículo no te sirve para nada.

En fin, lo dicho.

Sigo.

Quiero empezar por analizar un poco porqué pasa esto (lo de que se siguen aplicando castigos), y de las creencias que nos llevan a utilizarlos.

  • Hay muchas veces que ni los propios padres son conscientes de que están castigando. 

No está clara la definición de lo que es un castigo o de las acciones que pueden suponer un perjuicio sobre el desarrollo de los niños de igual forma que un castigo. Hoy también quiero entrar en detalle para definirlo bien a tope y no dejar cabos sueltos.

  • La información al respecto es ambigua y confusa. 

Yo misma he encontrado páginas en internet (de supuestos psicólogos) que te explican cómo castigar a tus hijos… o, de nuevo, confundiendo consecuencias con castigos.

O vídeos en Youtube… Hay de todo.

  • La aplicación del castigo es muy “eficaz” en el momento en que se usa, en cuanto a que para en seco justo en ese momento el comportamiento del niño que se quiere evitar. 

Esto lleva a la idea de que el niño aprende de esta forma, y que esa efectividad se mantiene a largo plazo. 

Una idea incorrecta, pero que nos lleva a pensar que aplicar el castigo es una forma correcta de educar.

  • Debido al punto anterior (la eficacia a corto plazo), resulta muy cómodo aplicarlos si no tenemos conocimiento de otras formas de ayudar a nuestros hijos con su desarrollo y movimiento por el mundo. 

Digamos que así es más fácil, acabamos rápidamente y nos olvidamos de más “historias”  (”Si no le castigo, ¿cómo le enseño que no debe hacer tal cosa?”)

  • Aún son comunes ciertas creencias y discursos de algunos padres que he escuchado, de que el castigo funcionaba como forma de educar, y de que hacía que se respetara más a las figuras paternales. 

Voy a pararme aquí, porque creo que esto es importante. Voy a centrarme en varias creencias sobre las que me gustaría hablar, si me permites, para poder seguir aclarando el tema.

La primera: “Ya no se puede castigar

La forma de decir que “ya no se puede”, es como si algo externo lo impidiera. “Ya no es legal”. Digamos que un padre no dejaría de castigar porque entendiera el perjuicio para su hijo (el cual detallo más adelante), sino que dejaría de castigar porque “algo me lo impide”. 

Ese “algo” puede ser la sociedad, la ley, los psicólogos o educadores de hoy en día, o mi mente que me dice que otros padres me mirarán mal (si lo cuento o lo hago en la calle).

En realidad, como poder, se puede castigar. Nadie lo impide (además, la ley ampara el “derecho de corrección” sobre un hijo… más palabras bonitas). Y, desgraciadamente, a no ser que se maltrate físicamente de forma muy ruidosa a un hijo, o se atente contra su integridad, nadie tiende a denunciar nada.

Pero se ha de tener claro que hacerlo, o no, es una decisión que se ha de tomar como madre o padre, y asumir total responsabilidad sobre ello. No es justo culpar al psicólogo del artículo de turno que se haya leído si uno decide no castigar.

La segunda: “A nosotros nos castigaron y funcionaba”. 

Claro que funcionaba. El castigo funciona, como he dicho antes, cuando uno quiere eliminar una conducta rápidamente. Funciona para controlar a los niños y a los perros. Si se castiga de forma inmediata, la conducta cesa.

El problema es que un hijo no es un perro.

Porque para lo que funciona el castigo es para controlar, no para educar.

Un hijo es un ser humano, complejo, que aprende mucho más allá de las conductas que se intentan erradicar. El castigo tiene repercusiones en su organismo de por vida, funcione o no para conseguir lo que quiere el adulto. Su sistema integra y se defiende. Cosa que le afectará en el futuro (luego me extiendo con esto, que tengo ganas)

Igualmente, me gustaría que quedara claro que, si funciona (de nuevo, sólo como medio de control), es por miedo, no por entendimiento profundo. 

Si a un padre o madre no le preocupa educar a sus hijos mediante el miedo, o que tomen sus decisiones en la vida basadas en ello, o “no es para tanto”, adelante. Pero que sea consciente.

La tercera. “Nos castigaron, pero nadie tiene ningún trauma infantil”. 

Discrepo. Las consultas de psicólogos están llenas de personas con trastornos de ansiedad y depresión…

Y fuera de esas consultas, el mundo está lleno de personas que actúan por miedo, que les cuesta perseguir objetivos, que les cuesta respetar a su pareja, que les cuesta socializar, que gritan al volante, que beben o se drogan, que se sienten constantemente culpables, o con una autoestima por los suelos… y voy a parar, pero podría seguir cuatro párrafos más.

En definitiva, de personas que no son realmente felices.

Haz una reflexión honesta y profunda. Para un momento y piensa de verdad. ¿Crees que tu generación es todo lo feliz que podría llegar a ser? ¿Crees que tiene vínculos bien sanos con sus padres?

Aquí no se trata de culpar a nadie (no busco juzgar lo que hizo la generación anterior), pero sí que creo que pensar que “así como lo hicieron conmigo está bien también para mis hijos y ya está” no les da la oportunidad a ellos de ser cien veces mejores que nosotros, buscando la forma de que se desarrollen mucho más de lo que pudimos hacerlo nosotros, y de que sean incluso más felices.

No da opción de mejorar esos vínculos y darlo todo para que tengan unas relaciones mejores aún de las que tuvimos con nuestros padres.

¿No vale la pena, sólo por eso, investigar si el castigo es o no la mejor herramienta? ¿No vale la pena buscar la mejor alternativa para ellos?

La cuarta. “Antes se respetaba más a nuestros padres”. 

El respeto es una consideración hacia otro ser humano, o hacia algo. Es una forma de reconocer al otro como un ser con ciertos derechos que, idealmente, deberían ser los mismos que los tuyos.

Sin embargo, es terriblemente fácil confundir respeto con miedo. De hecho, la RAE (Real Academia Española) incluye la palabra miedo como una de las definiciones de respeto en el diccionario.

Pero es más atractivo decir que un hijo nos tiene respeto, que decir que nos tiene miedo.

Permíteme recuperar un comentario anónimo de una madre que he encontrado por la red.

«…yo le di algun cachete educativo  ( sin daño ) antes de que cumpliera los 2 años y ahora cuando va a hacer algo que sabe que està mal me mira y ya sabe si puede o no hacerlo…………….a eso se llama respeto»

Ese niño de dos años, o de cuatro, o de los que sea que tenga ahora, mira a su padre o su madre, no para saber lo que es adecuado en cada momento, sino porque tiene miedo de que le peguen de nuevo.

No lo mira por respeto. O deja de hacerlo por respeto. Lo hace por puro y absoluto miedo.

Y aquí surgen varias reflexiones. Si un padre o madre necesita recurrir a castigar o ponerle la mano encima (suave, pero ponerle la mano encima) a una criaturita de 2 añitos para ganarse su respeto (¿real y profundo?), algo no va bien.

Si lo que uno quiere realmente es respeto, se consigue de otra forma. Piensa en personas que respetas de verdad, de forma real, (que no sean tus padres, para no confundir) y cómo has llegado a respetarlas.

Toda la vida he tenido el respeto de todos los niños con los que he trabajado. Y jamás he necesitado castigar a ninguno para conseguirlo.

Por otro lado, si lo que uno quiere es que un hijo le tenga miedo para tenerlo controlado y que sepa con una mirada lo que puede o no puede hacer, se puede seguir llamándolo respeto, porque la RAE lo permite, pero que nadie se engañe, sigue siendo educar a través del miedo.

Más adelante entraré en materia sobre las consecuencias de educar de esta forma.

Igualmente, pensar que ese “cachete educativo sin daño”, no lleva daño de ningún tipo, es ser un optimista empedernido.

La quinta. “Antes era más fácil”. 

A lo largo de la historia, el miedo ha resultado ser el método más efectivo y fácil para mantener el control sobre las personas.

Un hijo no es una excepción.

Es más fácil, porque lo que se está haciendo con el miedo no es educar, es mantener el control sobre lo que hace o no hace el niño. Nada más.

Está demostrado que el miedo debilita la capacidad de aprendizaje, con lo cual, no se está enseñando nada. Se está manteniendo el control.

Efectivamente, educar es algo más complejo y difícil que mantener el control.

Aclarado esto, paso a otra cosa.

Entremos en materia.

Quiero definir claramente lo que es un castigo.

Precisamente para que uno pueda identificar claramente cuándo y cómo se está castigando, lo sepa o no, y cuándo se está aplicando otra cosa.

Ya he mencionado varias veces la RAE en este artículo, y en otros que escribo. Me encanta utilizarla para tener puntos de partida sólidos…

Así que ahora no voy a ser menos. Empecemos por la definición de castigo:

  1. m. Pena que se impone a quien ha cometido un delito o falta.
  2. m. Enmienda, corrección de una obra o de un escrito.
  3. m. Chile. Acción y efecto de castigar (‖ aminorar gastos).
  4. m. desus. Reprensión, aviso, consejo, amonestación o corrección.
  5. m. desus. Ejemplo, advertencia, enseñanza.

La primera acepción es una pena. Alguien ha cometido una falta, algo que “no está bien” y se le impone algo doloroso. Porque sí, porque es lo que se hace.

Otras acepciones tienen que ver con amonestar, avisar (más en desuso) o, muy importante, corregir algo.

También habla de enseñanza.

Entonces, digamos que es una pena, algo doloroso, que se aplica a alguien que ha hecho algo “mal”, para corregirle o para enseñarle.

Así “a grosso modo”, esto es lo que comúnmente se entiende por castigo, pero voy a detallar, porque un castigo puede aplicarse también como venganza o justicia.

Como madres y padres, si se castiga es para corregir una conducta. No por placer. Así que tomaremos una definición que deje bien clara esa intención, lo cual nos ayudará a entender mejor lo que es y lo que no es un castigo.

Otra cosa que se debe tener clara, es que se hace mediante algo negativo. Se puede imponer algún tipo de dolor (emocional, físico, o de cualquier tipo), o mediante la retirada de algo placentero, lo cual también genera dolor. 

Y se hace así, pensando que cuando se acuerde de ese dolor, no volverá a hacerlo. Es decir, se utiliza el miedo. Conscientemente o no.

Pero siempre es un tipo de estímulo que tiene la intención de cambiar algo sobre una persona. En este caso, un hijo.

Resaltemos lo de intención. Hay una pretensión de cambiar algo que nosotros consideramos inadecuado.

Recogiendo todo esto, voy a utilizar la definición completa y ampliada de Carlos G. Wernicke, porque me parece que encaja perfectamente.

“Castigo es la intención del medio de provocar la reducción o desaparición de una conducta considerada inadecuada por el medio mediante la producción, buscada o no, de miedo”

Creo que con ello se recoge bastante bien lo que queremos decir cuando hablamos de castigo.

No me quiero extender (que ya lo estoy haciendo), pero tengamos esta definición en la cabeza, porque luego iré volviendo a ella para explicar cosas.

Y ahora sí, ya podemos entendernos…

Y vamos a ver qué entra y qué no entra en este saco cuando se castiga.

Siguiendo lo anterior, hay muchos tipos de castigos.

Para empezar, hay castigos corporales… todo lo que tenga que ver con sensaciones corporales entra aquí. Los típicos ejemplos son pellizcar, hacer correr, encerrar, dar coscorrones, lavar la boca, dejar de pie, y hasta palizas de cualquier tipo.

Luego hay castigos emocionales, y podemos incluir aquí los insultos o todo lo que implique denigrar verbalmente a alguien, pero también hacer que se sienta culpable. Algo muy habitual y que se suele pasar por alto.

Siempre que uno se esfuerce en hacerle ver a un hijo lo “triste” que está por su culpa, no hay que perder de vista que, si la intención es que cambie algo que no gusta, se está aplicando un castigo mediante el uso de una emoción negativa. 

Si lo que se quiere es expresar dolor como consecuencia de algo que ha pasado y tiene que ver con el niño, hay otras formas de expresarlo sin hacerle sentir culpable.

Te pongo ejemplos para comparar:

«Estoy muy triste porque tú vas a lo loco, no tienes cuidado por las cosas y has roto el reproductor” (Castigo mediante la culpabilidad)

Estoy muy triste, porque para mí el reproductor que se ha roto es importante y necesito que las cosas de la casa estén a salvo y funcionando bien para poder utilizarlas cuando lo necesitemos.” (Expresión de emociones y necesidades)

El primer ejemplo tiene la intención de corregir una conducta no deseada: “vas a lo loco”. 

Además, la expresión se centra en el niño, lo que es y lo que hace, etiquetando su conducta como no deseada

El segundo ejemplo se centra en lo que la madre siente y necesita. La expresión se centra en sí misma y no en su hijo, lo cual reduce las probabilidades de que se sienta culpable. No hay intención de cambiar nada, no busca el castigo.

(Como recomendación de pasada, añadiría al segundo ejemplo una petición respetuosa para evitar más daños colaterales en el salón: “¿Podrías jugar a ese juego en algún lugar de la casa que tenga menos cosas delicadas, o cambiar de juego? ¿O tienes alguna propuesta para evitar más daños?”).

Sigo con los tipos de castigos.

Punto interesante, hay gestos que también pueden considerarse castigos. Por ejemplo, una mirada, un gesto que “ya se entiende”, posturas corporales…

Esto es curioso. Hay veces que creemos que no estamos castigando si sólo “avisamos con la mirada”. No hemos llegado a aplicar el castigo, con lo cual no hay daño, ¿no es cierto? 

Pues, según la definición que hemos acordado antes, sí lo sería. Precisamente porque ese gesto tiene la INTENCIÓN de provocar la desaparición de una conducta, y además, se hace mediante un movimiento o cualquier cosa que recuerda a un dolor físico o emocional, o sea, mediante el miedo.

Por la misma razón, también contaría como castigo una amenaza. Sigue siendo un estímulo negativo (la promesa de un dolor), o miedo, con la intención de cambiar una conducta.

Más tipos de castigos son golpes o gritos, castigos por privación o aporte, impulsivos o pensados a conciencia (conozco padres muy creativos a la hora de castigar a sus hijos)…

Algunos son leves, y otros muy intensos. Muchas veces, cuando un castigo no tiene el resultado esperado (algo habitual), se tiende a subir la intensidad, pensando que no ha sido lo suficientemente doloroso para que aprenda.

Algunos castigos pillan por sorpresa, y otros vienen con “advertencia”.

Hablemos de las advertencias, otra palabra de camuflaje.

Muchas veces utilizamos la palabra «advertencia» cuando en realidad queremos amenazar.

La diferencia es la siguiente:

Si estamos hablando de un futuro castigo, se trata de una amenaza. Si hablamos de algo futuro que puede pasar (o no) como información neutra que nosotros conocemos, y que no depende en absoluto de lo que nosotros vayamos a imponer, se trata de una advertencia.

Te pongo ejemplos: 

Si vuelves a meterte en la piscina, te quedarás sin tele”. (Amenaza). 

Si vuelves a meterte en la piscina, pasarás frío después, porque está yéndose el sol”. (Advertencia).

También se puede utilizar la advertencia para explicar ciertos límites, pero se sigue tratando de información sobre una situación, y que no necesariamente conlleva una imposición de dolor.

Por ejemplo:

No voy a permitir que vuelvas a tirarle del pelo a tu hermana”. (Advertencia).

Hay otros castigos muy “convenientes”, porque buscan enseñar algo positivo en el proceso. Ejemplos de ello son barrer, limpiar algo o servirle a otros. 

De nuevo, barrer o limpiar puede ser un castigo o no dependiendo de la intención que tengamos con ello. 

Por ejemplo: Si una madre le pide a su hijo que barra porque se ha caído algo al suelo, se trata de una petición normal y un aprendizaje de consecuencias natural. Si se cae algo al suelo, es necesario recogerlo. La intención es, simplemente, recogerlo.

Sin embargo, si se aplica como intención de evitar una conducta “para que aprenda”, estamos hablando de un castigo.

Ejemplo: Tu hijo ha decidido cuestionar algo que le has pedido, y tú decides ponerlo a barrer toda la casa, para que aprenda lo que es trabajar duro. Generas un estímulo negativo y miedo como intención de cambio de conducta, en este caso, que te cuestione. Es decir, un castigo.

Y de paso, la casa queda limpia.

Este último tipo de castigos tiene un peligro añadido, y es que la aversión del castigo se asocia a la tarea en sí, con lo cual, evitará todo lo posible barrer en el futuro, aunque no haya sido castigado.

Vamos a lo último que suele considerarse como castigo. Las consecuencias.

Suelen confundirse mucho. Pero vamos despacito…

De nuevo, vuelvo a nuestra definición para saber cuándo una consecuencia es un castigo, y cuando una consecuencia es… una consecuencia.

Si utilizas una “consecuencia” como forma de aplicar un estímulo negativo o meter miedo para intentar evitar una conducta que consideras incorrecta, estás castigando.

Si informas de lo que pasa normalmente cuando haces algo, estás enseñando una consecuencia.

Te pongo más ejemplos de nuevo, que son muy útiles para esto:

Si no estudias, tendrás que atenerte a las consecuencias: no tendrás Play”. (Castigo).

Si no estudias, tendrás que atenerte a las consecuencias: te será más difícil aprobar el examen”. (Consecuencia)

Hay psicólogos que separan las consecuencias en dos tipos. Las naturales, y las lógicas. 

Las naturales son las que te enseña la vida: “si juegas en la calle cuando llueve, te mojas”. Las lógicas, son las que acordamos entre personas: “si no metes tu ropa sucia en el cesto, no la voy a lavar.”

A mi, personalmente, me da igual el nombre. Para entender la diferencia entre castigos o consecuencias lo importante es lo siguiente: 

Si algo que pasa (negativo en este caso) es resultado de un acto, sin más, es una consecuencia. Si empezamos a invadir ese resultado de intenciones de modificar una conducta, estamos castigando o manipulando.

Esto, además, ayuda a aclarar otra cosa que también puede ser confusa: si yo me enfado porque mi hijo ha roto mi jarrón favorito, ¿estoy castigándole?

En mi opinión, no. Por lo siguiente: tu enfado es resultado de la pérdida de algo importante para ti, no es un intento de cambiar nada en tu hijo. Es una consecuencia. Además, tus emociones son válidas y tienes derecho a expresarlas. 

Puede que esa reacción tu hijo se la tome como un castigo, o tenga incluso ese efecto, pero eso es algo fácilmente explicable si tienes buena comunicación con él. Sin embargo, si con ese enfado, decidieras quitarle su juguete favorito “para que aprenda a cuidar las cosas de los demás”, estarías castigando o vengándote.

Es un caso muy parecido al de la culpabilidad, explicado más arriba.

Con esto creo que queda entendido todo lo que puede considerarse castigo. Si no es así o te quedan dudas, por favor, déjame un comentario.

Bueno…

Vamos a lo chungo, las consecuencias de educar con ello.

Lo primero. 

Como se trata de utilizar estímulos negativos, o de retirar estímulos positivos, el castigo genera dolor, miedo, ansiedad, tensión muscular y estrés.

El castigo de cualquier forma (de los arriba mencionados).

Esta respuesta de ansiedad y tensión activa el sistema simpático, pensado por el organismo biológico para enfrentarse a una situación de posible peligro. El efecto son dos resultados: enfrentamiento o evitación.

Pone en marcha estructuras cognitivas que nada tienen que ver con el aprendizaje, porque para que un aprendizaje se integre hace falta calma, cierta emoción y foco.

Los castigos generan emociones negativas, excitación y evitación, todo lo contrario, con lo cual, el niño restringe sus capacidades de aprendizaje.

La ansiedad, además, genera que su propia conducta sea menos controlable para él.

O sea, que no aprende, y además le cuesta más controlarse.

Lo cual le lleva a repetir las mismas conductas que había generado anteriormente.

Se aplica de nuevo un castigo (igual o mayor)…

Y volvemos a la falta de aprendizaje y la falta de control.

¿Te das cuenta? Se trata de un círculo vicioso, que acaba con una merma de la capacidad de aprendizaje y con ansiedad.

Es un círculo pequeñito, a veces no se nota cuando empieza o se mueve, pero está ahí.

Sigo.

Como he dicho antes varias veces, el castigo produce miedo.

Muchas veces, este miedo no es consciente. Es algo pequeñito, escondido en la mente. Pero está ahí.

Aunque no se perciba conscientemente, las respuestas fisiológicas sí que aparecen.

Y estas respuestas fisiológicas nos llevan, de nuevo, al enfrentamiento o la evitación.

Puede que un padre o una madre se encuentre con estos dos tipos de situaciones:

O un hijo se rebela, o baja la cabeza, puede que llorando, y acabe haciendo lo que se le ha pedido.

El primer caso está claro: enfrentamiento.

El segundo caso está tomando la opción de la evitación. La mente, ante el miedo, evita todo lo que tiene que ver con lo que lo provoca.

Incluido lo que se intenta inculcar, porque de una forma u otra, está relacionado.

La mente, cuando quiere evitar algo, hace algo muy inteligente: genera distracciones.

Cuanto más doloroso haya sido, emocional o físicamente, más se distrae el niño.

Y de nuevo, generamos falta de aprendizaje por causa de estas distracciones.

Si se mantiene en el tiempo, puede que algún psicólogo lo acabe diagnosticando con Trastorno de Déficit de Atención (TDA).

Sigo.

El miedo, además, influye en todo lo relacionado con objetos, olores, personas, situaciones… que la mente relacione con la situación de castigo.

Lo cual, lleva a sentir miedo, también, en situaciones que no necesariamente estén siendo castigadas, pero que se parezcan… por lo que sea…

Influyendo y generando tensión en situaciones futuras del niño con personas, objetos, olores, ruidos o demás que se parezca a algo que ha sido castigado anteriormente.

No se trata de que vaya a salir corriendo, pero sí que se le hará más difícil.

(Me viene a la mente una persona que conozco que hoy en día, de adulto, es incapaz de comer cierto alimento porque de pequeño le castigaban, precisamente, por no comerse ese alimento.)

Ésto es precisamente lo que hace a ciertos niños temerosos, demasiado cautelosos, o huidizos, aparentemente sin razón en ciertas situaciones.

Sigo con más.

El vínculo que tiene un niño con sus principales figuras de atención es primordial e importantísimo para su buen desarrollo emocional y cognitivo.

A partir de ese apego, descubre el mundo y aprende de forma segura.

El vínculo es vital para su relación de aprendizaje.

Cuando un padre o una madre aplica castigos, esos estímulos aversivos generan desconfianza en el niño, ya que deja de tener claro hasta qué punto será seguro para él (o en otras palabras, no recibirá daño alguno) estar cerca de sus padres o hablar con ellos.

La desconfianza, claramente, desmonta cualquier relación personal.

Y puede afectar a todo lo positivo del vínculo que mantiene el niño con sus padres.

Si este vínculo queda afectado, su relación con el aprendizaje queda afectada, al igual que el aprendizaje en cuanto a relaciones personales con otras personas. 

Digamos que le cuesta más desarrollar vínculos con otros iguales.

Y, además, aprende a aplicar castigos futuros y a perpetuar la conducta aprendida.

Más consecuencias… aún nos queda.

El castigo, debido a que se aplica mediante estímulos aversivos o dolorosos, ya sea aplicando algo (un cachete) o retirándolo (el móvil/la tablet), genera sentimientos de hostilidad.

Todo niño ve el castigo como algo injusto, y cuando nos tratan de forma injusta, nos enfadamos.

O nos entra ira o rabia.

Seguro que lo has visto en tus hijos. No es raro ver a un niño enfadado cuando lo castigan.

Cuanto más pequeño es el niño, menos control de sus emociones tiene.

Y un menor control de las emociones, supone un menor control de sus acciones y de su conducta.

Pero he aquí el siguiente problema. No es válido, o no conviene, mostrar esas emociones de enfado o utilizarlas para enfrentarse a la figura de autoridad que ha implementado el castigo (se aprende pronto esto)…

Así que aprende a tragarse esa tensión… por el momento.

Pero ese enfado, tensión, rabia e ira hay que sacarlo de algún modo, o contra algo, así que el niño lo traslada a un entorno sin riesgo de castigo…

 

A sus compañeros, hermanos, animales u objetos.

Esto, a la larga, genera malas relaciones con las personas que tiene cerca, o con su entorno…

E incluso puede aprender conductas agresivas a largo plazo, o mala relación con figuras de autoridad de adulto.

Los sentimientos agresivos generan falta de aprendizaje, lo cual genera más castigos, lo cual genera más hostilidad, lo cual dificulta de nuevo el aprendizaje… etc. El mismo círculo vicioso que he mencionado más arriba.

Los niños que son castigados de forma regular suelen tener más problemas en los estudios que los que no lo han sido.

Sigo.

El castigo no funciona a medio o largo plazo como medio educativo. Está demostradísimo.

Pero hay veces que sí, que “funciona” para establecer una conducta concreta en los niños.

¡Ojo, aclaro! No funciona para tener niños sanos y con buen desarrollo educativo, funciona (insisto, a veces) para tener niños controlados a medio o largo plazo. 

Cuando consigues un niño bien controlado mediante castigos, también consigues que un montón de sentimientos negativos que ya he mencionado anteriormente se instalen en su persona, puede que temporalmente o permanentemente. Ahí ya depende de lo que se hayan currado sus padres la frecuencia de los castigos y su intensidad.

Así que el organismo interno del niño ha aprendido ciertas estrategias para protegerse.

Esas estrategias lo que buscan es cancelar o evadir sus sentimientos (respuesta de evitación), y a veces, ni siquiera se permiten ser conscientes del dolor o de la rabia. 

Se genera una coraza, o un muro, y acaba pareciendo que no sienten nada (no les duele el castigo).

Pero es algo que internamente está ahí, que no se sabe manejar, precisamente porque no hay consciencia. 

A veces ese movimiento interno suprimido llega a salir mediante conductas raras, pero que están pensadas para soltar tensión. La risa o el movimiento involuntario son algunas.

Y precisamente, este tipo de conductas, pueden enfadar aún más a la persona que implementa el castigo, entendiéndolo como una falta de respeto, y empeorando la situación.

Otra opción que tiene el organismo para soltar la tensión son los síntomas psicosomáticos: picores, tensiones musculares, dolor de estómago…

A la larga, aprende a no sentir ni mostrar nada. Nada de nada. Ni lo bueno ni lo malo.

Y aquí llegamos a la sumisión total. Niños o adolescentes apáticos, que todo les da igual, que evitan las cosas y que no participan en nada… porque “para qué”… no sienten.

Los videojuegos acaban siendo uno de los pocos escapes para ellos.

A veces este tipo de niños aprende, para protegerse, a poner sus pensamientos y emociones a disposición de sus padres o sus profesores para tenerlos satisfechos.

Tienen la pinta de niños y niñas muy buenos, adecuados, educados…Sonríen cuando tienen que sonreír, dicen “por favor” y “gracias” y saben comportarse.

Son “correctos” y complacen los deseos de los demás, pero no tienen vitalidad ni felicidad interna. De lo cual tampoco son conscientes, porque han aprendido a dejar de sentir.

Concluyendo…

Supongo que no hace falta que lo diga, pero todo esto tiene consecuencias devastadoras sobre la autoestima, la autovaloración, la autonomía, la independencia, y la confianza en uno mismo. 

El castigo genera niños y adultos inseguros, victimistas, conformistas o agresivos, que no saben comunicarse ni gestionar sus propias emociones.

He de añadir, que estas consecuencias no son iguales para todos los niños, y dependen mucho del tipo de castigo que haya sufrido, de su frecuencia y de más factores. Cada niño es distinto, cada reacción y consecuencia es distinta.

Pero dejan claro que no son la mejor estrategia para educar.

Igualmente, no nos alarmemos.

Somos humanos. Todas las madres, o padres del mundo han castigado al menos una vez a sus hijos. Por desesperación, por control inmediato, por falta de tiempo… por lo que sea.

Y nadie se convierte en un monstruo por ello.

Un castigo puntual no va a convertir a tu hijo en un ser agresivo o en un sumiso insensible. No va a cargarse toda una vida de crianza respetuosa y amor, ni va a provocar consecuencias devastadoras…

Pero si se repite a menudo, yo me pondría alerta. Porque es una semilla de algo que, estoy segura, no quieres que crezca en tu hijo.

Me encantaría alargarme más hablando de premios o recompensas, pero dejo eso para alargarme en otro artículo.

Espero que te haya sido útil. 

Si has llegado hasta aquí, gracias de corazón y espero haberte ayudado.

Me encantaría que me dejaras un comentario con tu opinión o con tus dudas.

No olvides olvidar por completo todos los consejos que te doy en este artículo si tus hijos demandan otro tipo de camino.

Escúchate y escúchalos, siempre, a ellos antes que a mí o a cualquiera.

Un abrazo enorme

/Rocío

¿Te cuento más?

Mi conocimiento, mi maternidad, mi intimidad, mis ideas, mis reflexiones, mi trabajo… Todo te lo cuento aquí, regularmente, en mis emails.

En ellos comparto lo que no comparto en ningún otro sitio. Son para muchas madres que ya los reciben gratis…

Y pueden ser para ti, si tú quieres.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *